A unas cuantas semanas del anuncio del
cartel de la edición 16 del festival Vive Latino; las apuestas sobre cuáles serán las sorpresas
en el elenco que estará presentándose en algún momento del próximo mes de marzo ,
apuntan a que el evento va que vuela para palenque gigante de
feria populachera donde los géneros, propuestas y calidad de casi el 80% de músicos y
cantantes que se presentarán no es lo importante; sino que simplemente sean latinos (lo que quiera que
esto signifique).
Y es que de unos años hasta hoy; a pesar de la eficiencia en la organización del festival, este ha ido, poco a poco, perdiendo su
identidad original. En términos estrictamente de negocio, el Vive Latino era un escaparate para presentar, a según de los curadores del festival, lo más
representativo del rock y ritmos adláteres de los países hispanohablantes con
la (inocente, quizás) idea de que en este espacio, se gestaría un nuevo mercado
de consumo de estos grupos que, de otra manera, estarían (y siguen, en su mayoría)
condenados a que solo los conozcan en sus países, pueblos, colonias y en
ultimadas cuentas, sus amigos.
Por supuesto, que el gancho para atraer al público fue ese cursi, patético y gastado argumento de la integración latina (Termino acuñado por ciertos personajes siniestros que viven en Miami y que bien a bien, no es claro su significado) y de que, cuando nació el festival, la conciencia social con glamour; esa que lucha por la paz, los derechos humanos y la libertad desde el corazón mismo de la burguesía y cuyo referente más claro es el chocante Bono de U2, era la pose políticamente correcta de
los rockstars huehuenches y de otras latitudes del continente. Este caldo social-cultural-comercial que daba sus 5 minutos de fama a ilustres desconocidos, potencializó el impacto comercial y mediático de un festival que por un curioso efecto de osmosis con el elenco, se asumía como “pro-zapatista”; sin siquiera tener un pronunciamiento claro sobre el tema.
Con todo, el Vive Latino se ha repetido de manera más o menos regular y
ha crecido en su tiempo de duración, aunque en términos puros de calidad musical, no ha despegado al
nivel que se esperaría y tampoco en el aumentar el numero de propuestas musicales que se consoliden dentro del gusto del roquerito mexicano promedio. En pocas palabras, los mismos 5 o 6 grupos fuertes
del rockcito mexicano y uno que otro del sur del continente repiten una vez si
y otra también en cada edición del festival y las nuevas propuestas resultan tan
pobres y repetitivas en su calidad musical que simplemente, es de flojera absoluta
siquiera el leer su nombre en el cartel del evento.
Esta situación evidentemente
alertó a los organizadores sobre el riesgo de que el festival terminara en una
reunión anual de seguidores de la Cuca o La Lupita o de que esos ultra-mega-súper-fans del rock en
español (esos que solo se saben los éxitos del Rock en tu idioma), terminarían hastiados
de tan repetitivo elenco y decidieran ya no asistir.